LA LUZ. Avances

Queridas lectoras:

Les dejo un avance de La Luz. Se está escribiendo, así que no se desesperen aunque demore un poquito. No crean que la he abandonado, pero les pido paciencia porque no es fácil de escribir. Las quiero, un abrazo.

Day

Puedes gritar mi nombre contra todos los vientos,

desafiar las mareas y los odios, y desandar una eternidad sin encontrarme.

Puedo perderme, rendirme, desterrarme como a una vieja herida tu presencia.

Y aun así, sobre el rosal de antiguas cicatrices

continuará bailando tu recuerdo,

continuarán los lazos, la fe, el adiós, la sangre,

la irrevocable alianza con que te he prometido, amor,

toda una eternidad para encontrarnos.

EPILOGO

Porque el final es el destino único de cada historia…

La Madre bajó la cabeza, despacio, intentando evitar que garras y colmillos emergieran con toda la ira que la arrastraba como un vendaval. Sin embargo ya no se trataba de las Razas, de un destino que había aceptado aun a costa de su alma o de la batalla que se desarrollaba a sus pies, y donde miles de criaturas defendían con sangre su derecho a la oscuridad.

Ahora se trataba de una vida, una sola y por la que estaba dispuesta a intercambiar su libertad y la de todas las castas, porque si una sola criatura de la noche no podía ser salvada, ninguna tenía derecho a serlo.

—Inclínate ante tu señor. —La simple orden le provocó un ronquido de impotencia, no obstante obedeció.

Estaba traicionándolos, sabía que estaba traicionándolos a todos y una lágrima impotente le surcó el rostro mientras se postraba ante Ius. Así, arrodillada frente a su enemigo no era como había planeado terminar con aquella guerra.

Se sacó la guantilla de la mano izquierda, mirando al suelo para evitar la triunfadora arrogancia que se revelaba en los ojos del craig, y permitió que le pusiera la alianza tricolor en el dedo anular. Podía sentir los ojos del Comandante rebelándose, debatiéndose en la imposibilidad de intervenir, pero aquella rendición de su cuerpo y de su espíritu era necesaria.

—¡Dilo! —la voz de Ius llegaba a ser incluso cantarina—. Me muero por escucharte jurarme obediencia, especialmente cuando los dos sabemos que esta unión será irrompible.

Era cierto: las alianzas forjadas por los antiguos ancestros eran invulnerables, perennes, inamovibles, y el regente las usaba para asegurar su absoluta sumisión.

—¡No lo hagas! —Aun a través del estruendo de las armas, la rabia de Dominic le llegaba en una orden o en un ruego, no lo sabía, pero no se detuvo a averiguarlo. La daga con que Ius la había invitado a acercarse seguía bailando en torno al pequeño cuello de Evelett y ella era la única que podía evitar que lo cortara.

—Tendrá que repetirlo conmigo… señor —siseó levantando la mano para enlazarla con la de Ius—. Las uniones entre las Razas son recíprocas, no será válido si pronuncio el juramento yo sola.

—Ya sabía eso —accedió el regente—, pero ¿cómo sabré que ha funcionado?

—No se preocupe… señor. Usted mismo podrá notar el cambio.

Las palabras salieron de su boca como un veneno, como una maldición que se tragaría al mundo y a cada alma, culpable o inocente, que hubiera en él. Las alianzas comenzaron a brillar débilmente, hasta que los tres colores se fundieron en uno. Ius miró la argolla completamente negra en su dedo, y esbozó una sonrisa.

PRIMERA LUZ : LA VERDAD

PEONES

Villa de los Santos

Marsella

Las calles estaban extrañamente silenciosas, hacía semanas que la ciudad había dejado atrás su natural algarabía y una neblina densa se extendía desde los puertos, invadiendo Marsella con una enorme ola de quietud. Los hombres estaban de duelo, pocas familias se habían conservado intactas después de que Ius lanzara su primera horda de nuevos conversos contra la ciudad, y parecía como si todos tuvieran alguna pérdida que lamentar.

El vandalismo había sido la menor de las amenazas, los cientos de craig que corrían por las calles, destruyendo cada negocio a su paso, irrumpiendo en los edificios y prendiendo fuego a las casas tampoco había sido lo peor. El atardecer había encontrado una ciudad trastornada, revuelta, pero donde aún no había sido segada la primera vida. Las fuerzas del orden público trataban de apresar a los agresores, las patrullas y los camiones de bomberos agitaban las calles con sus sirenas y las comisarías se llenaban con los gritos de los oficiales.

Sin embargo la noche había exacerbado los ánimos y aclarado las órdenes: la destrucción de su hogar no era suficiente, Ius quería una advertencia sangrienta para que los hombres comprendieran de una vez que no eran ellos los mayores depredadores del planeta. La luna nueva había hecho su parte para rodear de oscuridad a los asesinos, y un rojo amanecer se había levantado entre lágrimas.

Dominic se había preguntado numerosas veces durante esas últimas seis semanas cómo era posible que nunca viera aquella crueldad latente en la criatura que una vez había sido su mentor y su amigo; pero si de algo estaba seguro era de que la decisión de eliminar solo a la mitad de cada familia provenía de él. Todo un año le había tomado descubrir que al regente le gustaba tener observadores, le gustaba ver el espectáculo desde lejos y apreciar los estragos de su poder; y el Comandante estaba contando con que tarde o temprano eso se convirtiera en su mayor debilidad.

— ¿Estás seguro de lo que vas a hacer? Me encantaría decirte que es una locura pero por tu cara creo que ya lo sabes.

La voz de Henryk era demasiado pausada para ser la de un guerrero que desde hacía tres días estaba persiguiendo un destacamento craig. El Comandante podía reconocer aquella calma, aquella ecuanimidad en el momento último de peligro que revelaba a un gran líder, Larou había preparado muy bien a su hijo para el destino que debería enfrentar.

— No, no estoy seguro, — murmuró Dominic — pero ya estoy harto de este juego; y si esto es lo que debo hacer para atraerlo, entonces que así sea.

La Villa de los Santos estaba muy cerca, y el edificio que los ayudaba a ocultarse de sus enemigos les permitía también cierta libertad para la observación.

Las tropas de Henryk y de Sahara habían sido las responsables del saneamiento de la ciudad después del ataque. La Madre había hecho gala de su capacidad de estrategia para colocar a los altos oficiales de los mantri, comenzando por Emily, en una posición que les permitiera infiltrarse entre los humanos para ayudar. Luego había comenzado la batalla para proteger a los hombres.

La idea de que se verían enfrentados en una sola y gran batalla había sido desestimada por la Madre casi en el mismo momento en que había despertado. Por muy poderosas criaturas que tuvieran de su lado, la desventaja numérica era abrumadora, y el suicidio colectivo no estaba precisamente entre sus planes. De modo que había encargado al nuevo rector de los átero que conformara seis escuadrones fuertes y causara al enemigo tantas bajas como fuera posible sin poner demasiado en riesgo sus propias vidas.

Casi dos semanas les había costado desterrar a la mayor parte de las tropas craig, aunque estaban seguros de que aquella retirada de los destacamentos enemigos se debía a algo más que a su intervención. Ius debía estar planeando algo más grande cuando todos sus activos se movían lentamente hacia el norte. Por el momento no quedaban en la ciudad más que algunos grupos dispersos que, no obstante, seguían haciendo estragos en las noches.

Henryk había estado persiguiendo aquella pequeña facción desde hacía tiempo, pero resultaban más difíciles de rastrear de lo que imaginaba. Para comenzar eran nuevos conversos, y su indisciplina para mantenerse en movimiento como formación era quizás su mejor ventaja, y como si esto no fuera suficiente, su falta de aquellas características distintivas de los craig hacía que se pudieran mezclar mejor entre los hombres. Sin embargo el Comandante había llegado con nueva información: los viejos hábitos eran difíciles de eliminar entre las criaturas de la noche, de modo que las antiguas residencias y casas seguras de Ius en la ciudad probablemente seguirían cumpliendo sus funciones.

Una de las más alejadas era la Villa de los Santos, y Dominic no se había equivocado al pensar que los soldados de craig la usarían como un escondite temporal, especialmente ahora que las calles se hallaban casi vacías.

— ¿Puedes repetírmelo de nuevo? — insistió Henryk — ¿Por qué quieres arriesgarte de esa manera?

— La Madre me dio una encomienda: — replicó el sorian — encontrar a Máximus. Moyra me ha confirmado que suele ir dos pasos detrás de mí, en especial en los momentos de mayor peligro.

— ¿Y provocar a un escuadrón de soldados craig lo hará aparecer?

— Moyra asegura que si se ha arriesgado a salir a la luz es solo por mí. Imagino que no estará feliz de que terminen con mi vida y hagan pedazos los planes que tan bien se ha molestado en trazar. — ironizó el Comandante  — Además no tendré que provocar a los craig. Ius ha dado orden de capturarme dondequiera que me encuentren. Solo tengo que detenerme en la calle frente a esa puerta para que salgan todos en bandada. Lo único que debo pedirte es que no intervengas.

Henryk negó con la cabeza, inquieto. Aquella batalla se había llevado unas cuantas vidas valiosas y no era su intención permitir que se llevara una más, sobre todo si se trataba del Comandante de la Fuerza de Exterminio.

— Dominic, escúchame. — nunca antes se había atrevido a llamarlo por su nombre, y la noticia de que se trataba del hijo de Máximus no era precisamente una invitación a la informalidad, pero sabía que muchas cabezas deberían rodar ante la Madre si algo llegaba a sucederle al sorian — Sé que la Madre te dio una orden del tipo “regresa solo cuando la hayas cumplido”, pero presumo que desea que regreses en una pieza.

— Es como planeo regresar, Henryk, no te inquietes.

— Naciste hace trescientos años, — insistió el átero — dices que tu padre te ha seguido de cerca, sin embargo varias veces has estado en peligro de muerte y nunca antes ha intervenido. ¿Qué te hace pensar que esta vez será diferente?

— Verás, he estado en peligro de muerte antes, — admitió el sorian con el ceño grave, como recordando las innumerables redadas de las que había sido protagonista bajo las órdenes del regente — sin embargo jamás he estado en una situación de la que no pudiera salir.

Se llevó las manos a las khopesh y las sacó de sus guardas, depositándolas en el suelo junto a Henryk. Desabrochó su cinturón y alejó de sí también las dos pistolas que Lionel le había obligado a cargar antes de marcharse del campamento; quizás había sido su decisión ir en aquella misión solo, sin ninguno de sus amigos para respaldarlo, pero al menos no iría desarmado. Sin embargo allí estaba, dejando a un lado las únicas defensas que podía esgrimir contra sus agresores. Era una verdadera locura y el rector de los átero estaba más que convencido de ello.

Dominic desató las correas de su uniforme y sacó la liviana coraza que se extendía por toda la parte frontal, no iba a ir armado y tampoco planeaba defenderse.

— ¡Estás loco sorian! ¿Crees que dejando que te maten obligarás a Máximus a aparecer?

El Comandante le dedicó una sonrisa astuta mientras le ponía una mano en el hombro.

— Henryk ¿Cuándo he dicho que dejaré que me maten?

Caminó despacio, con el chaleco abierto y la negra camisa apenas un poco desabrochada, como si fuera cualquiera de los transeúntes que solían deambular por la ciudad antes de que el ataque la convirtiera en un páramo desolado.

“Hacía tiempo que no caminaba con tanta despreocupación.” – Pensó, y durante un largo minuto se preguntó cómo se habría sentido no ser quien era, no provenir de la criatura que lo había engendrado o no haberse convertido nunca en una criatura de la noche – “Cómo sería no ser Dominic Frey.”

Era algo que había deseado alguna vez, cuando Lara era apenas una sombra arrebujada entre sus brazos y una manta en la cabaña de los fresnos, pero sabía que ser una criatura de la noche era también la única razón por la que un hombre nacido en mil seiscientos ochenta y dos había logrado conocerla. Quizás sí era cierto después de todo que sus caminos ya estaban trazados para encontrarse.

De cualquier manera, Lara y él jamás habían podido atravesar una calle, la que fuera, con la tranquilidad de que sin importar lo que sucediera estarían a salvo, de que nadie los perseguiría, de que eran tan comunes e irrelevantes que habrían podido pararse de cabeza en medio de la vía sin que nadie les prestara atención. La espada había estado pendiendo sobre sus cabezas desde el primer día, y ahora Lara ya no era Lara, y él había dejado de mirar a aquellos ojos que lo habían arrastrado alguna vez.

Ahora ella era solo la Madre, la criatura cuyas órdenes no estaban en discusión, y las órdenes habían sido claras: “Tráeme a Máximus, no vuelvas sin él.”

Sin embargo Dominic se había tomado su tiempo, muchas interrogantes le bailaban en la cabeza desde la ceremonia en el Golfo de Trieste, y necesitaba espacio para procesar las sospechas que lo atenazaban. Además, tampoco era particularmente feliz viendo cómo la Madre usaba el cuerpo de Lara para reconfortar a su nuevo pupilo, por más desamparado que este estuviese. De alguna forma y a pesar de saber que no era ella, seguía sintiéndolo como una traición.

No se vio precisado a caminar mucho más. La Villa de los Santos estaba apenas a unos metros y tras los destrozados tablones de las persianas podía adivinar los ojos oscuros e interrogantes que intentaban descubrir su identidad; y la espera no duró más que un par de minutos. La puerta se abrió con sigilo, como si su figura perentoria, cruzada de brazos y sonriente en medio de la calzada no fuera suficiente invitación; y un soldado que Dominic reconoció al instante asomó la cabeza.

Era uno de los viejos craig, no se había equivocado al suponer que un grupito de recién conversos como aquel solo podía haber sobrevivido al enfrentamiento con los escuadrones de Henryk gracias a la astucia de un antiguo craig.

— Gerson, ¿verdad? — lo saludó como si fuera un conocido al que se topara en medio de un mercado.

El soldado cerró la puerta tras de sí y avanzó despacio, cargando en la mano derecha una pistola con la que no dejaba de apuntarle y en la izquierda un sable corto tan mal forjado que Robertson lo habría calificado con una sola palabra: chapuza.

— Vaya, vaya. — el craig lo rodeó ceremonioso, evaluando fríamente la situación que podía haber llevado a aquella criatura a presentarse allí — El Comandante de la Fuerza de Exterminio… o debería decir ex Comandante y ex Fuerza… Parece que el regente ha dejado de tenerte en alta estima.

— Si así fuera, — sonrió Dominic — no te habrías molestado en cruzar el umbral para dirigirme una sola palabra. Los dos sabemos que no eres de los más bravos entre esta partida de perros descastados; y si has salido es únicamente porque Ius te arrancaría la cabeza si a sus oídos llegara que teniéndome tan cerca ni siquiera has tratado de atraparme. ¡En tan alta estima me tiene!

Gerson hizo una mueca de desprecio, pero no ripostó. Para su desgracia el sorian estaba en lo cierto, el regente había dado instrucciones claras: quería la cabeza de Dominic Frey en una bandeja lo más pronto posible; y de todos era sabido que una noticia como la aparición del Comandante llegaría a su conocimiento tarde o temprano.

— Hablas con razón. — dijo por fin — No me cuento entre los que jamás le darían la espalda a una batalla, esa es la razón por la que sigo vivo mientras muchos otros han decorado con su sangre las armas de las Razas. Y precisamente porque soy un cobarde es que sospecho de tu repentina aparición. ¿Qué haces aquí, solo y desarmado, frente a un oficial que podría matarte en un segundo?

Dominic arqueó una ceja, divertido. La mitad de las sospechas del craig estaban bien fundadas, pero sus conclusiones acerca de su posible deceso estaban muy lejos de ser acertadas.

— ¿Crees que alcanzas tú para matarme? — sonrió señalando el sable corto — ¿Tú, tu espadita de cuarta y cuántos más… diez, quince nuevos conversos que vengan contigo? ¡No me hagas reír! Olvidas con quién estás hablando.

— ¿Entonces qué es lo que quieres? ¿Probar que puedes derrotarnos sin armas? ¿Tan poco valoras tu eternidad?

— No, los dos sabemos que no tengo nada que probar. — dijo encogiéndose de hombros — Simplemente estoy esperando a alguien y me gustaría hacerlo aquí, y de paso aprovecho para darte la oportunidad de capturarme. Si lo haces antes de que ese alguien llegue seré todo tuyo y el regente te recompensará, de lo contrario… al menos lo habrás intentado. De cualquier forma no tienes otra alternativa que atacarme.

Gerson apretó las mandíbulas, era cierto, no tenía alternativa, y un gesto mudo fue lo único que necesitó para que las puertas de la casa se abrieran y una docena de recién conversos craig lo respaldara. Un círculo de armas y cuerpos se cerró alrededor del sorian mientras Henryk hacía en su escondite una mueca de frustración, pero le había prometido no intervenir y estaba tratando de apegarse a su palabra.

La postura del Comandante seguía siendo despreocupada y casual, como si conversara con un círculo de nuevos conocidos, y aquella sonrisa que no escapaba de su rostro inquietaba a cada criatura a su alrededor.

— ¿Al menos puede parecer que vas a defenderte? — bramó Gerson exasperado.

— ¡Ah! Claro.

Dominic hizo un movimiento que apenas recordaba de su vida humana, cerró las manos en puños a la altura de las mejillas, tal como lo hacían los humanos comunes, sin molestarse siquiera en extender las garras y los caninos, como si fuera a enfrentarse a criaturas por completo carentes de poder, y así esperó.

Aquel último insulto hizo que Gerson perdiera toda su templanza y dirigiendo el sable contra hacia uno de sus antebrazos, con un movimiento fugaz, le hizo una larga cortadura. Un par de gotas de sangre cayeron al suelo mientras Dominic giraba la cabeza para mirarse la herida, que comenzaba a cicatrizar lentamente.

— ¿Puedes hacerlo mejor?

Vio venir la segunda y la tercera, las dagas se clavaron en su muslo derecho y en su costado, y luego una más sobre uno de sus hombros, otra ancha herida en el abdomen y una detonación que le sonó demasiado cercana: Gerson había disparado una bala de argentio contra su rodilla, haciéndolo caer sin un gemido. El resto del escuadrón lo había atacado sin piedad con las armas blancas, haciendo girones la camisa y llenando el suelo alrededor con su sangre.

— Un momento. — levantó la mano mientras jadeaba, con un gesto dirigido más a calmar los ánimos de Henryk que a llamar la atención del soldado — ¿Eres principiante? El argentio es para los stark, no tiene efecto duradero en los cazadores. Tendrás que esforzarte más si quieres capturarme.

— Entonces usemos algo que funcione mejor que el argentio. — escupió Gerson haciendo una señal a dos de sus subordinados, y en un instante Dominic tuvo un finísimo hilo de cártaro en torno al cuello, cada extremo rematado en una argolla de metal y cada argolla esgrimida por un recién converso — Hay algo en lo que te has equivocado, sorian. El regente jamás ha dado instrucciones de capturarte, las órdenes son matarte en el acto, dondequiera que se te encuentre.

Gerson levantó una mano, expectante, listo para hacer el gesto que sus soldados seguirían sin dudar, segando definitivamente la vida del Comandante… y entonces lo vio hacer una mueca de satisfacción.

— Estoy contando con eso. — sonrió.

El craig movió sus dedos al tiempo que sus conversos daban un mortal tirón al hilo de cártaro, sin embargo la cabeza del sorian siguió en su lugar. Gerson arrugó el entrecejo, el mundo parpadeó muy despacio frente a sus ojos… y entonces empezaron a caer, uno tras otro, sin un solo grito, sin que supieran siquiera lo que estaba sucediendo, como si el propio aire a su alrededor se hubiera vuelto letal. La docena de cuerpos cercenados y esparcidos a su alrededor lo devolvió a la realidad cuando ya era demasiado tarde. Las argollas que remataban el hilo de cártaro pasaron junto a él empuñadas por manos invisibles y su propia cabeza rodó por el oscuro empedrado de la calle.

Dominic dejó de sonreír solo cuando aquel fantasma se detuvo frente a él, jadeando, y lanzó a un lado el arma que había estado a punto de terminar con su vida hacía apenas unos segundos. Se levantó despacio, mientras la sangre manaba rauda desde cada herida, y enfrentó un rostro que no pudo provocarle menos sentimientos.

— Un placer conocerte, padre. — y su voz fue casi una burla.

El sorian aparentaba unos sesenta años humanos, los cabellos grises le llegaban hasta la mitad de la espalda y llevaba algunos mechones casi blancos recogidos en la nuca. Sus ojos, completamente negros, hablaban de una larga existencia entre las criaturas de la noche, sin embargo debía reconocerse que pocas veces una criatura de su edad ostentaba semejante agilidad y sobre todo, semejante efectividad para matar. Ser el sorian original debía ayudar, por supuesto, pero Dominic sospechaba que largos años de dedicado entrenamiento respaldaban aquella habilidad.

Máximus era de su tamaño, fornido y de ceño tan grave que casi anunciaba un trato áspero y distante. Llevaba una larga gabardina raída de color café y su única arma era una daga larga, tan afilada como el Comandante no había visto otra.

— ¿Eso significa que estabas esperándome? — preguntó Máximus en voz muy baja.

— Digamos que tenía la esperanza de que aparecieras. Al parecer Moyra tenía razón en eso de que siempre andas rondándome los pasos.

El viejo hizo un gesto de incomprensión, y luego pareció caer en cuenta de la estrategia que había utilizado su vástago para hacerlo aparecer.

— ¿Te has vuelto completamente loco? — barbotó — ¡Has estado a menos de una milésima de segundo de morir! Si he intervenido es porque realmente pensé que te perdería.

— Pero no he muerto, mi padre querido ha venido al rescate. — murmuró Dominic dándole la espalda con gesto de hastío, sacudiéndose la desmadejada camisa.

Máximus lo tomó de un brazo para retenerlo, había estado casi seguro de que su hijo no se defendería, y no se había detenido a pensar los motivos por los que hubiera estado buscando aquel suicidio antes de intervenir para salvarlo.

— Te he seguido durante toda tu vida, es cierto, y precisamente por eso sé que no eres del tipo que se dejaría matar por conocer a su padre.

— ¡No pretendas conocerme! — Dominic se volvió furioso para enfrentarlo, y en un segundo todas sus heridas se cerraron de golpe — ¡Puede que me hayas seguido durante trescientos años, pero no sabes quién soy! Tienes razón, si de mí dependiera hubiera pasado el resto de mi existencia sin conocerte, sin siquiera buscarte, pero se me ha encomendado una misión, y resulta que a pesar de todo soy un buen soldado.

— ¿De qué estás hablando?

Seguían allí, en medio de la calle, rodeados de cuerpos desmembrados, enfrentándose como si fueran enemigos naturales en lugar de familia.

— La Madre requiere tu presencia y me ha enviado a encontrarte.

— ¿La Madre? ¿Quieres decir esa muchacha… Lara?

A Dominic no le asombró que supiera de ella, el mundo de la noche estaba al corriente de su existencia, y con las nuevas de la guerra todos hablaban de ella.

— No, me refiero a Animae Stark, ella ha regresado.

Por primera vez Dominic creyó notar una pequeña grieta en la armadura que era el rostro de su padre. Un ligero temblor sacudió la ensangrentada espada que sostenía y una involuntaria aunque tenue sonrisa le afloró a los ojos.

— ¿Animae? ¿Ha vuelto, dices?

— Sí. — el Comandante apretó las mandíbulas recordando las palabras de Evan, Máximus había sido el complemento de la stark en los inicios de la noche tal como él lo era de Lara, seguramente él se habría perdido en la misma emoción de esperanza si alguien le hubiera dicho que ella estaba de regreso — Se realizó una antigua ceremonia, creo que fue como… como una réplica del nacimiento de las Razas. El caso es que Animae está de vuelta.

— ¿Eso quiere decir que tiene un nuevo cuerpo?

— ¡Sí, tiene el cuerpo de mi esposa! — rugió Dominic sacándose uno de los guantes y atrapando las solapas de su gabardina mientras le mostraba la alianza sobre su mano izquierda — ¡Tiene el cuerpo de mi esposa, así que evita siquiera parecer feliz en mi presencia!

Lo dejó ir con un movimiento brusco y se alejó de él para dirigirse a los edificios donde Henryk permanecía oculto, al menos le había ahorrado al rector de los átero un enfrentamiento con las tropas craig.

— Ahora que sabes que Animae está de regreso, estoy seguro de que no te negarás a verla. — murmuró devolviendo las khopesh a sus guardas — De modo que puedes venir conmigo o ir por tu cuenta, no me importa; pero asegúrate de llegar, porque ya tengo tu olor prendido a la nariz y no me supondría un conflicto moral cazar a mi propio padre.

Golfo de Trieste

Contrario a lo que el Comandante habría esperado, la Madre se había negado a mover su tienda del improvisado campamento en que se había realizado la ceremonia de su despertar. Aquel remedo de centro de operaciones recibía diariamente un reporte de las tropas de Henryk y de Sahara, y al menos una vez a la semana llegaban noticias de los integrantes de las demás castas, las familias que se habían ocultado y las nuevas residencias de los clanes, aunque por órdenes de la madre estos se mantenían en constante movimiento.

En el campamento no quedaban ya más que Moyra, con algunos de sus asistentes más leales, el destacamento de sorian, la Madre y su nuevo pupilo. Sin embargo el número de tiendas no se había reducido, de cuando en cuando llegaban tropas cansadas a las que había que alimentar y curar; y siempre estaban a la espera de que alguno de los espías de Sean arribara para traer noticias sobre los planes o el nuevo paradero que habían tomado los escuadrones craig.

— No pensé que se quedaría en medio de la nada, desprotegida.

La voz, más extraña cuanto más la escuchaba, sacó al Comandante de sus pensamientos. Máximus había decidido seguirlo hasta la Madre, y el camino de regreso al Golfo de Trieste se estaba convirtiendo en un incómodo episodio para los dos. Dominic no quería escuchar una sola palabra que viniera del sorian original, y este se empeñaba en avivar una conversación con la esperanza de que en algún momento dejara de ser unilateral.

— No está desprotegida. — acentuó el joven por fin — Tiene todo el destacamento sorian para vigilarla, aunque me temo que eso no la hace menos temeraria.

— Entonces debe haber cambiado mucho desde la última vez que la vi… quiero decir, su espíritu debe haber cambiado mucho. Nadie podía ser más prudente ni más sosegada que Animae. — los ojos de Máximus volvieron a iluminarse mientras los de Dominic se entrecerraban en un gesto de recelo.

— ¿Sosegada, dices?

— Sí, a pesar de su fuerza solía ser una criatura muy dulce. Cada palabra suya, incluso las órdenes, parecían un ruego, y siempre estaba sonriendo. Acostumbraba decirme que yo era demasiado impaciente, demasiado violento.

— ¿Y ella no lo era? — se interesó de repente el Comandante.

— ¿Animae violenta? — el viejo rio — No, en modo alguno. Incluso había que forzarla a salir de cacería. Muchas veces pensé que prefería morirse de hambre antes que lastimar a un solo hombre.

Dominic no hizo ninguna observación al respecto. Desde hacía semanas una inquietud le bailaba en la mente, una sospecha que no se había atrevido a expresar en voz alta y que, sin embargo, seguía atenazando su ánimo cada vez que estaba cerca de la Madre. Algo en ella no era genuino o tal vez, algo era demasiado genuino, demasiado perfecto y apropiado para el desastre que las Razas estaban viviendo.

— ¿Es por eso que ella ya no está aquí? ¿Por qué se negaba a alimentarse? — preguntó por fin.

— En gran medida. — Máximus bajó la cabeza con tristeza — Empleó gran parte del poder de su eternidad en sobrevivir sin matar. Ser inmortales tiene sus ventajas y su precio, y la muerte es el nuestro. Animae odiaba matar, de modo que se fue debilitando poco a poco y yo no pude hacer nada para impedirlo. Estaba harta de la oscuridad, harta de controlar a las criaturas de la noche y a los hombres…. solía decir que debíamos dejar que el mundo siguiera su curso en lugar de intentar gobernarlo.

Un largo silencio invadió el auto por algunos kilómetros antes de que el viejo retomara el hilo de lo que parecían pensamientos en voz alta. Dominic lo miró de reojo, de repente, rememorando aquellas últimas memorias sobre la Madre, parecía haberse vuelto pequeño y agotado; nada semejante a la criatura que había eliminado a trece soldados craig sin siquiera pestañear hacía menos de veinticuatro horas.

— Un día me dijo que ya no quería seguir los hilos de una historia que había dejado de ser suya desde hacía mucho tiempo, los ancestros tendrían que buscar a alguien más para cuidar del mundo de la noche. Lo último que recuerdo de ella es que entregó sus colmillos subió a una miserable barca y se perdió en una tormenta.

— ¿Tú la… la amabas?

— Sí, la amaba, pero sabía que no podía retenerla. Animae tenía derecho a la paz que deseaba, y yo no pude morir con ella… mi instinto de supervivencia no me lo permitió.

— Ni a ti ni a ningún sorian. — replicó Dominic — Es más fuerte que nosotros. Es lo que nos hace salir de las peores situaciones, lo que nos hace los mejores cazadores, los mejores soldados.

Máximus fijó la vista en el camino de tierra. Quizás no era la mejor manera de acercarse a Dominic, pero cualquier cosa era mejor que pelearse con él. Había visto la velocidad con que se habían cerrado sus heridas mientras lo enfrentaba en Marsella, y estaba muy seguro de que ni siquiera él podía lograr una recuperación tan rápida.

Los árboles pasaron veloces desde que abandonaron la costa, y pronto el silencio en el exterior llenó el ambiente de paz. El campamento estaba a pocos minutos y el Comandante respiró con inquietud pensando que dentro de contados instantes tendría que enfrentarse de nuevo al carácter rígido y hostil de la Madre.

— Tú no eres sólo un soldado, Dominic. — dijo a su lado el vozarrón grave — A estas alturas deberías saberlo. Hay muchas razones por las que tuve que abandonarte cuando naciste y después, cuando te convertí. Llegará el momento en que pueda explicarte…

El auto frenó de repente, activando en una sacudida todos los instintos del viejo sorian.

— Yo no te he pedido ninguna explicación, Máximus. — la réplica fue severa — Los dos sabemos que sin importar tus argumentos, jamás serán justificaciones válidas para mí. La única gratitud que te debo es por haberme convertido, porque gracias a eso pude vivir lo suficiente para conocer a Lara, pero esa gratitud murió en el mismo momento en que tu pareja tomó su cuerpo para usarlo en esta guerra. Así que siendo justos, lo único que realmente te debo ahora es esta preocupación que no me deja existir en paz, porque vivo cada minuto con la angustia de que Lara quizás no regrese a mí.

El viejo hizo silencio mientras bajaban de la camioneta, no había mucho que decir al respecto. La noticia del regreso de Animae había encendido de una sola vez todas sus esperanzas, y por desgracia no era capaz de ocultar eso a pesar de lo que aquello representaba para su hijo. Aceptar una realidad odiada, enfrentar la pérdida y la desesperación eran sentimientos que conocía demasiado bien.

— Me dices que soy más que un soldado y tienes razón, me di cuenta desde hace mucho tiempo. — Dominic lo miró con indulgencia mientras se acomodaba las khopesh — Soy un peón. Fui un peón tuyo cuando me dejaste en manos de Craig, fui un peón de Craig cuando me usó para eliminar a sus enemigos… pero no te creas demasiado listo, padre, presiento que en esta guerra también tú lo serás. No vas a pasar de ser un peón suyo, por mucho que la hayas amado.

Hizo un gesto para extender el brazo derecho, y al seguir su dirección Máximus tropezó con los ojos ardientes y sutiles de la Madre.

Dominic hizo acopio de fuerzas mientras se preparaba para aquel golpe, pero la estocada nunca llegó. Evan le había dicho que Máximus era el complemento de Animae tal como él era el de Lara, sabía que no podía detener el reencuentro entre dos amantes largamente separados, y sabía también cómo sería el reencuentro entre él y Lara si ella llegaba a regresar; sin embargo la inmediata distancia que se estableció entre los padres de las Razas lo puso alerta.

Máximus dio un par de pasos en dirección a la Madre y esta sonrió despacio, con parsimonia, achicando los ojos en un gesto de muda bienvenida. Algo inquieto y precavido se agitaba dentro del viejo sorian y Dominic podía sentirlo, estaba muy lejos de ser la sorpresa y la alegría que se desencadenan al encontrar por fin a la mujer que has amado.

Después de un eterno minuto de silencio la mujer recorrió los escasos metros que los separaban y se acercó a Máximus.

— No has cambiado en absoluto. — murmuró acariciando su rostro con las yemas de los dedos.

— Yo, en cambio, no te reconozco.

Si para la Madre no pasó desapercibido aquel acento de sospecha, para el joven Comandante se convirtió en una muda confirmación de la corazonada que había estado rompiéndole el pecho durante semanas.

La mujer dio un paso atrás sin abandonar la expresión felina que a menudo se le extendía por el rostro.

— He cambiado mucho, es cierto, y no solo en mi apariencia. Los ancestros me han hecho más sabia y más fuerte, lo suficiente para poder encaminar el mundo de los hombres y sacarlo del caos en que pronto se sumirá.

— He visto lo que los engendros de Craig han hecho en Marsella y en las ciudades cercanas. — murmuró Máximus estableciendo una distancia prudencial entre ellos — Y de verdad lo lamento por los hombres, sin embargo me sorprende que te empeñaras en llamarme, mucho tiempo ha pasado desde que la protección de los hombres fue un asunto de tu interés.

— Mis intereses también han cambiado. — replicó la Madre con gesto sombrío y luego dirigió su atención hacia los árboles con actitud pensativa — Antes solías llevarme de caza contra mi voluntad, también ha pasado mucho tiempo desde entonces. ¿Qué te parece si ahora lo convertimos en un reto? ¿Crees que puedas seguirme el paso?

Los dos sorian la vieron desaparecer en el destello de un parpadeo, y la satisfacción en el rostro de Máximus hizo que el Comandante cerrara las manos en puños con gesto frustrado. En contados instantes lo único que quedaba el lugar en que había estado el cazador original era el polvo de sus botas.

Dominic los escuchó comenzar la cacería y reprimió los instintos de perseguirlos, después de todo, si había dos criaturas que no necesitaban de su protección eran los padres de las Razas. Dio vuelta sobre sus pasos y regresó a la camioneta, perdiéndose en la nube de tierra que levantó al acelerar a fondo para ir a reunirse con su destacamento.

El silencio se había hecho costumbre desde hacía ya un cuarto de hora cuando la mujer desaceleró su alocada carrera en medio de un claro.

— Muy lejos me has traído `para una simple cacería. — anotó el sorian a sus espaldas — Pero debo reconocer que una conversación entre los dos requiere privacidad y sobre todo mucha discreción. Hay algunos secretos de los que nadie debe enterarse, ¿no es cierto? Ni siquiera tus hombres de mayor confianza.

— Me sorprendió saber que habías tenido un hijo. — lo increpó ella desviando la conversación — Durante tantos siglos te opusiste a la propagación de las Razas que no te creí capaz de contribuir a ella.

Máximus le dedicó media sonrisa de condescendencia y luego buscó un árbol. Lo pateó sin mucho ánimo, derribándolo de costado, y se sentó sobre el ancho tronco con actitud cansada.

— Mis temores sobre la propagación de las Razas no estaban infundados después de todo. — señaló — Durante siglos vi alejarse de mí a la mujer que amaba, porque ella no podía dejar de buscar la supervivencia de sus hijos, no en balde fue llamada “Madre”.

— Sin embargo esa mujer al final comprendió que no podíamos ser jueces y verdugos de toda una especie, y en ese momento perdió su propósito para existir.

— Así es, en ese momento la perdí, pero no podía dejar que todo por lo que vivió se derrumbara. Te equivocas si crees que tuve un hijo para perpetuar mi raza. Para mi eterna vergüenza, cometí el egoísmo de tener un hijo para que me ayudara a perpetuar el mundo que construyó la mujer que yo amaba.

La madre bajó los hombros con un suspiro y fue a sentarse a su lado.

— Debí imaginarlo — se reprochó — debí saber que no hay nada que no hicieras por mí.

— Como yo debí saber que no hay nada que tú no harías por las Razas, como sacrificar el amor que hay entre mi hijo y su humana, o poner esperanzas en esa criatura que te sigue a todas partes.

La expresión de la mujer cambió en un segundo, sus ojos se estrecharon y el círculo negro comenzó a rodear el azul de sus pupilas.

— No puedo creer que hayas estado tan cerca, espiándome, y no te hayas molestado en acercarte.

— No te he estado espiando, — se apresuró a calmarla Máximus — pero no olvides que soy el primer cazador, por mucho que te hayas empeñado en ocultar su aroma, yo puedo reconocerlo. Ahora mismo podría contabilizar todas las criaturas que han estado cerca de ti en las últimas tres semanas, sin fallar en el tiempo ni en la distancia. Tú misma me enseñaste a hacerlo, no creí que lo olvidarías.

Durante un momento clavó el índigo de sus ojos en las clarísimas pupilas del sorian, y sintió aquella inenarrable conexión, aquella fuerza que había estado esperando, y fue como si pudiera leer cada partícula de su alma.

— Hay cosas que tú sabes, y hay cosas que yo sé. — aceptó por fin — Esa criatura que no se despega de mis plantas necesita esperanza, y de su esperanza depende nuestra supervivencia. Él es una ficha clave en esta guerra a pesar de su locura.

Máximus acarició sus brazos con gesto triste.

— Dominic estaba en lo cierto: soy un peón.

La mujer bajó la mirada como si quisiera disculparse, y la violencia de su pecho no dejaba claro si estaba a punto de gritar o de matar. De repente se levantó y se echó en brazos del cazador, ocultando la cabeza contra su hombro y abrazándolo como si fuera la última oportunidad que le dieran de hacerlo.

— He leído la profecía, Máximus, la última profecía. Todos somos peones. — susurró mientras una lágrima silenciosa resbalaba desde sus ojos.

El hombre la cerró las manos tras su espalda, estrechándola, y le acarició el cabello de fuego con infinita ternura.

— Entonces, niña, ya sabes que has estado esperándome en vano. Esta guerra ya está perdida, la criatura que puede ayudarte no soy yo.

12 comentarios en «LA LUZ. Avances»

  1. Que difícil será la espera.
    Que desgarrador epilogo.
    Que amargo inicio.
    Que ganas de tener toda la historia para devorarla en una tarde de lectura sin interrupción!!!!
    Seremos pacientes Day.
    Seremos pacientes…

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  2. Day, me encanta que la estes escribiendo, creí que nunca escribirías la tercera parte..gracias por no dejarla inconclusa., me encanta como escribes este género. Tendré toda la paciencia requerida para esperar.

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